miércoles, 13 de octubre de 2010

TOTALITARISMO EN EUROPA


 
Es un régimen de gobierno que se caracteriza por la total movilización del cuerpo social y por la eliminación de todos los nexos entre el aparato político y la sociedad, concentrando todos los poderes del Estado en un partido único y en su jefe, suprimiendo los derechos individuales y orientando las acciones del Estado para que dirija y controle todas las facetas de la vida social y privada de las personas que viven dentro de su ámbito de influencia.

El partido único, la ideología, el dictador, y el terror son elementos constitutivos que no se pueden escindir de esta forma antidemocrática de gobierno.

La ideología impulsa a un único partido para que efectúe la reorganización del Estado a partir de trasformar la autoridad y el comportamiento regular de las instituciones, politiza a todos los grupos y a las diversas actividades sociales. Es absoluto el poder del dictador totalitario sobre la organización del régimen, cambia a su antojo la jerarquías ideológicas, de cuya interpretación y aplicación, el dictador ejerce exclusividad. Toda oposición es inhibida por el Estado totalitario a través del terror. Genera coercitivamente la adhesión y el apoyo activo de las masas al régimen y al jefe personal.

Los modelos más representativos de estos regímenes, en Europa de entre guerras, fueron el de Adolf Hitler, en Alemania y Josef Stalin, en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas URSS. En el caso de Benito Mussolini en Italia, si bien es considerado como totalitarismo por muchos estudiosos, la penetración y movilización de la sociedad nunca se pudo comparar con la alcanzada por el régimen hitleriano o stalinista. El partido fascista fue más débil frente al cual, la burocracia del estado, la magistratura y el ejército conservaron gran parte de su autonomía, el adoctrinamiento ideológico fue limitado y entró en negociaciones con la Iglesia católica. El uso del terror no fue permanente, ni tuvo la dimensión del caso ruso o alemán. Lo que sí estuvo presente, fue la personificación del poder, aunque no se llegó a socavar la institución monárquica. Mussolini nunca reunió en sus manos un poder comparable al de Hitler o Stalin.

Estos regímenes de gobierno se opusieron al desarrollo de los individuos y de la economía sin limitación de las libertades, como lo proponía la doctrina del liberalismo, y organizaron a sus sociedades, cada uno con su característica distintiva.

El argumento era evitar las imperfecciones de la doctrina liberal, enfocando su acción hacia un objetivo fundacional: la supremacía de la raza, en el caso de Alemania e Italia o de la sociedad comunista, en el caso de la URSS.

Los factores que incidieron para el surgimiento de los estados totalitarios fueron, principalmente, la formación de la sociedad industrial de masas, la persistencia de un ámbito mundial dividido y el desarrollo de la tecnología moderna. Un ámbito internacional inseguro y amenazador permitió y favoreció la penetración y movilización total del cuerpo social. Por otro, lado fue sensible el impacto del desarrollo tecnológico sobre los instrumentos de violencia, los medios de comunicación, las técnicas organizativas y de supervisión permitieron un grado máximo de control sin antecedentes en la historia.

El Fascismo italiano es un sistema político ecléctico que introdujo a ese reinado, después de la Gran Guerra, en una corriente unitaria promoviendo la movilización de masas por medio de la identificación de las reivindicaciones nacionales y sociales, subordinando éstas últimas a una causa nacional. También se lo puede considerar como una ideología de crisis ya que es una clara secuela de la primera Guerra Mundial. Murieron 460.000 italianos, otros 500.000 fueron mutilados y más de 1.000.000 resultaron heridos.

Con un sistema productivo muy dañado y obligada a importar todo, Italia, no tenía recursos para afrontar la dura postguerra. El esfuerzo bélico italiano no tuvo recompensas a la hora de la paz. Vencedora en una guerra en la que ni el Estado, ni la Nación participaron con entusiasmo, era normal que la insatisfacción naciese en su seno.

Se puede afirmar que la guerra reveló la crisis italiana, no la provocó. El sistema democrático-liberal italiano, encabezado por el primer ministro, octogenario, Giovanni Gioletti, se desplomaba antes del ingreso a la guerra del lado de los aliados. Por otra parte la alta burguesía y los sectores terratenientes estaban atemorizados con la sombra del triunfo bolchevique en la Rusia soviética.

Por todo esto, a nadie le pareció raro que, corriendo el año 1919, Benito Amilcare Andrea Mussolini “El Duce”, un periodista afecto al socialismo, se hiciera eco de los vientos nacionalistas que soplaban en el reino de Italia, a la par que aparecían los primeros movimientos de masas a quienes, éste, les proponía en sus discursos, la prórroga de la era del bienestar.

La respuesta fascista a la crisis fue la unidad. La apelación a la unidad atrajo, especialmente, a la juventud y a las clases medias que se consideraban, dentro de la escala social, en una posición equidistante de los extremos.

Bajo este aspecto, el fascismo se adaptó a las clases medias, de tal manera que se puede definir como una ideología típica de ellas y, sobre todo, como la ideología de las élites juveniles de esta clase; sin dejar de incluir el consenso masivo adquirido, aún, dentro del proletariado y en ciertos sectores de altos ingresos de la sociedad italiana. Su sustrato social típico fue la pequeña burguesía de origen proletario que tenía cualidades de combatividad y de agresividad desconocidas para la burguesía tradicional, tenía como objetivo cambiar las reglas impuestas por el establishment, que se había desarrollado en el país durante la etapa del liberalismo económico que sucedió al mercantilismo del siglo XVIII.

Unas veces minoritario y otras mayoritario, pequeño burgués o proletario, siempre plebeyo e interclasista, dispuesto a no apelar a la uniformidad de las condiciones sino a la igualdad y a la unidad de los sentimientos, se le presenta a la sociedad en crisis como una alternativa mesiánica, liderada por “El Duce”.

Los fascistas italianos no sabían qué cosa era el fascismo. Del mismo modo que ellos se jactaron, desde el principio, de no ser un movimiento teórico, afirmando que la acción estaba por encima del pensamiento, así también les faltó la capacidad de comprenderse e interpretarse a sí mismo. El historiador alemán Ernst Nolte afirmó que, en general, el camino fascista siempre estuvo sembrado de intentos de interpretación realizados por amigos y enemigos.

En la construcción del régimen que impuso Mussolini se pueden distinguir diversas fases. En un primer momento, ya en el poder, colabora con las demás fuerzas políticas y no modifica sustancialmente el ordenamiento vigente, limitándose a retoques destinados a suavizar ciertas estructuras y ciertos mecanismos administrativos y a plantear alguna veleidad tecnocrática. Las únicas disposiciones innovadoras son la creación de la milicia voluntaria para la seguridad nacional y la ley electoral con premio a la mayoría (ley Acerbo).

En un segundo período, una vez terminada la fase en que la represión de la oposición estuvo confiada a fuerzas extralegales (crimen del político socialista Giácomo Matteoti el 10 de junio de 1924), empieza el desmantelamiento del sistema pluralista representativo que realiza prácticamente en el transcurso de dos años (1925 y 1926); limita la libertad de asociación (26 de noviembre de 1925); le quita al parlamento el control del ejecutivo (24 de diciembre de 1925); le asigna al ejecutivo la facultad de emitir normas jurídicas (31 de enero de 1936); suprime el autogobierno de los municipios y de las provincias ampliando los poderes de los prefectos y sometiendo los municipios a “potestades” nombradas por el gobierno (4 de febrero de 1926, 6 de abril de 1926 y 3 de setiembre de 1926); establece el confinamiento policíaco de los elementos de oposición (6 de noviembre de 1926); instituye el Tribunal Especial para la Defensa del Estado y restablece la pena de muerte (25 de noviembre de 1926). El 9 de noviembre de 1926 termina prácticamente con la actividad legal de la oposición mediante la expulsión de la Cámara de Diputados de los parlamentarios que se habían adherido a la “secesión del Aventino”, en protesta por el asesinato sin condena de diputado socialista Matteoti. Al final del mismo año dejan de existir los partidos incluyendo los colaboracionistas.

La tercera fase es la de transformar al reinado en un Estado fascista a través del establecimiento de instituciones originales. Estas últimas, no se apoyan en el partido al que, por otra parte, se le aplican las mismas reglas autoritarias adoptadas en el país. El totalitarismo fascista de “El Duce” no se traduciría en la transformación del estado, sino en la acumulación de nuevas funciones dentro del estado tradicional. El estado fascista se proclamó constantemente como estado totalitario, aunque siguió siendo hasta lo último de su existencia, también, un estado dinástico y católico, y por lo tanto no totalitario en sentido fascista”. “Bajo el régimen de Mussolini, el estado totalitario en cuanto integración sin residuos de la sociedad dentro del estado, no logró nunca ser verdaderamente tal” La misma inspiración meramente autoritaria y burocrática del poder que daría muerte al partido sin lograr hacer del estado un organismo capaz de promover la movilización social, comprimiría y daría muerte a las corporaciones con las que debería articularse la relación entre el régimen y las fuerzas productivas.

En el período 1927-1930 se configura de algún modo la apariencia del estado fascista: se aprueba la Carta de Trabajo (1927) y se instituye la Magistratura del Trabajo (1928)y se fija la competencia del Gran Consejo del fascismo. En cuestiones institucionales y constitucionales (1928 y 1929); el “Consejo Nacional de las Corporaciones” se incorpora a los órganos del Estado (1930). Por decreto del 11 de abril de 1929 se incluye el Fascio en el escudo de armas del estado. Los años que van desde 1930 hasta 1935 fueron los “años de efervescencia” del régimen. Ya que el partido, bajo la guía del secretario general Aquiles Starace, a pesar de sus crecientes ramificaciones en todos los sectores de la vida nacional, se manifestaba cada vez menos, capaz de realizar una movilización de masa. Una serie de iniciativas clamorosas (desde la primacía de los aviadores hasta las bonificaciones agrícolas y determinadas obras públicas)y el uso adecuado de los modernos medios de propaganda masiva, le permiten al régimen con ocasión de la guerra de Etiopía (1935-1936), maximizar, y casi hizo unánime, el consenso del país. Las carencias del partido como órgano de movilización, el carácter subalterno de los poderes intermedios como las corporaciones se presentarán, sin embargo, en toda su gravedad, durante el período de 1937-1940 para explotar durante el conflicto mundial hasta el derrumbe del 25 de julio de 1943.

En síntesis, en la década 1930-1940, el régimen experimentó una serie de fórmulas desde el totalitarismo hasta el corporativismo y el dirigismo económico, ninguna de las cuales se aplicó a fondo. El resultado de los modelos innovadores hizo que en el momento del desastre la sucesión fuera recibida por el elemento tradicional del sistema, por el elemento “dinástico” y “católico”.

Sólo desde hace poco, el balance global de la experiencia del régimen fascista italiano es objeto de juicios críticos meditados.

Se acepta que en el plano económico el régimen logró crear un parque industrial diferenciado, un sector público robusto y dinámico, preparando además una gama de instrumentos de intervención de tipo dirigista que se utilizarían plenamente en la posguerra.

En el plano social, el régimen aceleró, o por lo menos no se opuso, al ascenso de las clases emergentes y al acantonamiento de las viejas gerencias. Respecto de las clases subordinadas, a pesar de no haberse propuesto una política de bienestar, se trazaron los primeros lineamientos de un Estado de Bienestar, sobre todo gracias a una avanzada legislación asistencial. Son más oscilantes las decisiones del régimen en materia de salarios reales y de pleno empleo, debido también al estado de recesión en que se encontraba el mercado de trabajo itálico después de la clausura de las corrientes migratorias.

En la política agraria el concepto de la “bonificación integral” elaborado por el economista y agrónomo fascista, Arrigo Serpieri, después de un principio de actuaciones brillantes en el Campo Pontino (zona pantanosa del centro de Italia, al sureste de Roma, en Lacio, recuperada para la producción rural), sufrió oposiciones y, también, la ley para la colonización del latifundio siciliano (1940) que debería marcar la recuperación fue muy discutida.

La política militar y la diplomacia del régimen fueron catastróficas. En el campo militar se utilizó el personal y hasta los implementos pre-fascistas sin introducir ninguna innovación técnica digna de tomarse en cuenta. En el campo de las relaciones internacionales, el régimen exasperó los elementos básicos de la diplomacia tradicional sin el correctivo de la desprejuiciada flexibilidad que le había permitido a esta última evitar los cambios de rumbo trágicos.

El régimen impuesto por Benito Mussolini se caracteriza fundamentalmente por un ejercicio del poder marcado por un pragmatismo absoluto, obedeciendo a este impulso dinámico, a esta obsesión realizadora que es su auténtica razón de existencia, se dispersó en todas direcciones como un torrente de lava, deteniéndose donde encontraba resistencia y lanzándose hacia adelante donde no la había. El partido, el sistema totalitario y las corporaciones fueron encontrando, a su turno, su punto de detención. Y siempre, por último, quedó solo el Estado, el viejo Estado, con sus sedimentaciones tradicionales, obligado a adoptar el papel revolucionario ya que, en realidad, su expansión parecía la menos temida y, en último análisis, seguía siendo el único punto de apoyo indiscutible de una unidad de emergencia.

El uso revolucionario de un estado tradicional, de un ejército tradicional, de una diplomacia tradicional, determinaron el resquebrajamiento del régimen, que sucumbió en una guerra civil (fascistas-antifascistas) cuando varios jerarcas del Gran Consejo Fascista destituyeron a Mussolini, al tiempo que el rey Víctor Manuel III y su nuevo primer ministro Pietro Badoglio, ayudados por los aliados, que habían empezado a recuperar territorios que estaban en poder del Führer, le declaraban la guerra a Alemania, a mediados de setiembre de 1943.

Para ese entonces Benito Mussolini iniciaba su intento revolucionario desde Münich. Para oponerse al sistema monárquico fundó el Partidor Fascista Republicano y creó la República Social Italiana en reemplazo del reino, y se proclamó su presidente, hasta que, finalmente, en Abril de 1945, “El Eje” (coalición encabezada por la Alemania nazi, la Italia fascista y Japón) cae derrotado a manos de los aliados. Inmediatamente “El Duce” intentó escapar a Suiza y es capturado, junto a su amante, la actriz Clara Petacci, por partisanos comunistas quienes los vejaron hasta provocarles la muerte. Posteriormente enviaron sus cuerpos a Milán, donde fueron colgados en la Piazzale Loreto y ultrajados, nuevamente, por una muchedumbre.

“Los prejuicios son mallas de hierro o de oropel. No tenemos el prejuicio republicano, ni el monárquico, no tenemos el prejuicio católico, socialista o antisocialista. Somos cuestionadores, activistas, realizadores”, declaraba Mussolini en una entrevista al Giornale d’Italia, después de la fundación del Fascio de combate de Milán.

Mario Missiroli, director de varios diarios italianos de la época como el Resto del Carlino, il Secolo, il Messaggero e il Corriere della Sera, llamó al fascismo “herejía de todos los partidos”.

En el preámbulo doctrinal del estatuto del Partido Nacional Fascista PNF de 1938, Mussolini afirmaba: “El fascismo rescata de los escombros de las doctrinas liberales, socialistas y democráticas, los elementos que todavía tienen un valor vital. Mantiene los que se podrían llamar hechos adquiridos de la historia, y rechaza todo lo demás. Decir fascismo es decir el concepto de una doctrina buena para todas las épocas y para todos los pueblos”.

Gustavo E. Olivera


BIBLIOGRAFIA: N.Bobbio, “Diccionario de Política” Siglo XXI, México; N. Bobbio “Teoría de las formas de gobierno en la historia del pensamiento político” Fondo de Cultura, Mexico; C. Casucci, Il fascismo. Antologia si scritti critici, Bolonia, 1962; E. Nolte, Der Faschismus in seiner Epoche, 1965; N. Poulantzas, Fascismo y dictadura, México, Siglo XXI, 1971; Gil Robles, “Memorias de la Segunda guerra mundial”, Editorial Taurus, 1973